Tu
piel, desnuda, toma el sol,
ocasionalmente
cubierta
por las
sombras temporales.
El
pelo, sutilmente desparramado,
dibuja
un tapiz sobre el suelo,
de
negro brillante y rojo cobrizo.
Los
ojos, cerrados al cielo,
observan
el calor acallado
por la
triste toalla blanca,
sobre
la que reposa tu cuerpo.
Un hilo
de sudor
recorre
lentamente el cuello,
bordeando
aquel lunar.
La cal
de las paredes,
no
repele el bochorno del verano,
prefiere,
deleitarse contigo...
Del
rojo de tus labios,
del
vello dorado,
de los
secretos mostrados,
y de
esa herida, en un costado.
Los
jazmines, uno en cada esquina
de esta
terraza, lanzan perfume.
De
fondo, y al fondo,
te
envuelve un jazz, atemporal.
Mientras,
el sol, estático,
en lo
más alto de todo,
pretende
detener el tiempo
para
ser voyeur, toda una hora.
Y yo,
aquí, junto a la puerta
desgastada
por tantos agostos,
admiro
tu belleza eterna,
entretanto
termina tu rato de paz.
Esperando,
el segundo adecuado
en el
que poder besar,
las
ramas de tus manos,
y las
finas rayas de tu frente.
Para
que así,
el
orgulloso sol,
la
impávida cal,
los
jazmines, el sudor y los gorriones,
sepan,
cuanto que quiero.
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