Con
solo una carícia,
breve
y viva,
suave
como un susurro,
lenta
y vehemente,
encesdiste
la tarde
y
derretiste la calma.
Deleistaste
mi mejilla
con
tu mano trémula,
mientras
tus labios abiertos
llamaban
a los mios.
Solo
pude recojerte
y
entregarte mi voluntad,
vaciar
mi alma
en
cada palmo de tu piel,
seducir
a tu cintura
que
me obligaba a retenerte.
Desnudar
el deseo
sobre
tu cuerpo abierto,
siendo esa caricia tuya,
el
alimento de mi sangre,
que
con ansia sobre tu pecho
te
escribió mil versos.
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