No tengo ganas de escribirte,
tampoco tengo ganas de
hablarte,
ni tengo ganas de desearte
y menos tengo ganas de
tocarte.
No quiero escuchar tus palabras,
ni siquiera mirarte un solo instante.
No quiero esperarte más cada noche
y menos morir por tu respirar.
No volveré a ser tu sucio pañuelo
al que recurrir como segundo plato,
o a llorar por tu ausencia cotidiana
mientras bebes otras mieles pasajeras.
Voy a abrir las ventanas y dejar entrar al sol,
para que borre esa humedad grisácea
de la que has pintado mi monótona existencia.
Voy a tirar esas sábanas y compraré nuevas.
Rasgaré toda esta ropa de viejo algodón
para vestir del color de la primavera venida,
escuchando a los gorriones ayer olvidados
mientras siembro jazmines en el balcón.
Cuando llegue la tarde pecaré conmigo
y descubriré aquello que anhelaba descubrir,
que tus brazos hace tiempo que me negaron
y no recuerdo a que lugar lo relegué.
No tengo ganas de escribirte,
pero si de escupirte lejos de mi vida.
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