Pues ya no estás
y el ruidoso silencio que has dejado
es, mi pesada manta.
No suenan las teclas desgastadas
de esa Corona que te fue regalada,
y su silencio, cincuenta lágrimas.
Se ha secado la brocha de afeitar
e irritado la cuchilla que usabas,
a la espera de tus manos
que en silencio, las cuidaba.
Han perecido las flores, y mis sueños.
Quemado las paredes, y mi ahora.
Helado en agosto, y
sellado mis labios.
El cielo se ha tornado verde
mientras la hierba que pisabas, azul.
Pequeños reproches guardados
convertidos de repente en añoranza.
Pues ya no estás
y en mi día siempre es noche,
mientras el silencio que has dejado
es, la música que me acompaña.