Sin
guardar ningún cuidado
nos
fuimos despojando de ropajes,
dejando
expuestos los cuerpos
con los
que nos rozaríamos más tarde.
Mientras,
con extrema suavidad
se
peleaban los besos
por ser
el primero en llegar,
el
primero, en tocar al otro.
Segundos
y minutos después,
mientras
descubríamos lunares
y
jugábamos con los vellos,
olvidamos
que era tarde
para
solo centrarnos, abarcarnos.
Respiramos
de forma acelerada
llevados
por riendas invisibles,
que nos
condujeron a la batalla
bajo
las sábanas y sobre el deseo.