Desarmado
de la
defensa de los poros
cerrados,
agarrotados, secos,
debido
a esa soledad opresora
que
habitaba en el lánguido pecho.
Despedazado
el
baluarte de los labios
fríos,
agrietados, negados,
a causa
de la falta, ya casi eterna,
de
encontrarse con los tuyos.
Indefenso
del
ataque del deseo
estéril,
acabado, sucio,
por la
ausencia de esas caricias
que
antaños tus dedos me daban.
Desposeido
del
derecho que tengo a olvidarte
has
dejado hoy a mi cuerpo, a mi alma,
al
llamar a la puerta que cerraste.
Derrotado,
has
reconquistado a mí amor
con el
verso cálido de tu voz,
con el
suave beso otorgado
con el
roce de las uñas doradas.
A tus
pies
y de
nuevo enamorado, he quedado.
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