Apoyada mi espalda en el zaguán de tu casa,
y protegida esta del verano por los esmaltados
azulejos,
espero tu temprana llegada a nuestra hora
recordando el volar de tu verde vestido por el
patio.
Justo durante el canto de la vieja campana,
desde el fondo, entre los hermosos lirios y
alelís,
aparecen tus cadentes, regulares andares
acercándote cada vez más a mi.
Poco a poco cambias de reflejo a nombre,
según te llega la
luz del astro que arriba asta aquí,
que inunda y rebota en la encalada casa
y seguro, se recarga cada día en ti.
Una ligera “medina” nos sopla lentamente,
juega con el lino que cubre tu piel
permitiéndome en tus piernas recrear.
Son dos bellas Galateas esculpidas.
Cierro el libro de las obras maestras,
cuadros y esculturas de Primaticcio,
para poder regalarme
algo aun más hermoso,
tus perfectos labios
abriéndose para darme una sonrisa.
Mientras lanzo mi mano izquierda hacia ti
en busca de tu sutil, ligera cintura,
el palpitar de mi corazón se desboca,
el calor remonta por mi cuerpo; nubla mis
palabras.
Recibo lentamente tu primer beso de hoy
como promesa de otros muchos más.
Durante esta hora abrazaré tus dedos
deseando al tiempo poder parar.
Cuando caiga el sol tras los muros
volverás a desaparecer de mis manos.
Los tuyos, tras esa puerta abierta te hablaran,
disfrutarán.
Yo volveré a mi casa a contar cuantas campanadas
faltan
para poder volverte a encontrar.
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