Se mecía lentamente en febrero
sentada al lado del balcón cerrado,
dejando que el sol de las cuatro
calentara su piel siempre tostada.
Su mirada se perdía entre las letras
que dibujaban bellos pasajes dorados,
puertas a mil amores irreales
novelas y poemas de blanda tapa.
Yo la miraba des de la vieja puerta
mientras removía el tibio y negro café,
imaginando que los dos vivíamos
en todas esas historias de amor.
Esperando cada día esa tierna sonrisa,
el reflejo de tus ojos al mirarme,
callaba para no molestar a su mundo
y fotografiaba en mi cada instante.
El sol caía a hacia su espalda
como señal de la hora de cerrar el libro,
ese momento de nuestro reencuentro
y abrir el códice de su beso.
Las fotos de nuestra fina vida ahí,
mirando el tiempo pasar en nuestro pelo,
recuerdos del real amor crecido
en esta estancia ahora vacía.
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