viernes, 26 de febrero de 2016

miraba por el balcón



Miraba por el balcón.
Miraba morir la corta tarde
tras las bajas casas atisbadas
al fondo, junto el sendero,
que cruza la montaña
y según dicen todavía algunos,
se lleva para siempre las almas.
Lo hacia cada día
entre octubre y el ocaso de marzo,
detrás de las cortinas
vistiendo una camisa clara, mía.
Lo hacia en silencio.
Lo hacia taza en mano.
Lo hacia sin mirarme.
Rugosas paredes encaladas
con sus portones desgastados,
algunas pequeñas ventanas cerradas
y charcos junto los pavés de la acera.
Al llegar las mariposas
despertando a amapolas y rosas
cargadas de olores, colores y sueños,
prefería bajar al empedrado de la calle
recorriéndola lentamente
mientras el sol, todavía la bañaba.
Vestido amplio y cómodo,
sandalias abiertas,
sonrisa dulce que enamoraba,
pero con los ojos, añorando al otoño.
Dibujaba con negro lápiz
de carbón el cuaderno gastado,
niños y pantalones cortos
mientras jugaban cerca de la fuente
que los refrescaba, los hacia reír
con risa verdadera, sincera.
Y fue una noche al quitarse la camisola
llegando a la cama todavía abrigada,
mientras la fina lluvia mojaba los cristales,
cuando se abalanzó hacia la senda
cruzando para siempre la montaña.
Miro por el balcón.
Lo hago en silencio.
Lo hago vaso en mano.
Lo hago, esperando ver pasar a mí alma.




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