Acerqué
mis dedos
para
acariciar la dulce mejilla,
siendo
recibidos por ella
y tu
hermosa sonrisa.
Lentamente
la recorrí
acercandome
a los carnosos,
rojos
labios,
momento
en que cambié
la
carícia por un sutil roce.
Seguí
el camino
descendiendo
por el cuello;
que
miel más dulce;
hasta
alcanzar tu pequeño hombro.
Ahí,
yacia un fino tirante de seda
que
sujetaba el verde camisón.
Al
tocarlo, emprendio su viaje
hasta
el frio suelo de la noche,
dejando
tu piel ante mis ojos
que
gritaban delante de tan bella figura.
Te
besé,
una,
dos y tres veces.
La
otra mano se aferró a la cintura,
tus
uñas abrazaban mi alma,
las
pieles se juntaron,
de mi
boca salieron versos susurrados.
Derribamos
los miedos
sobre
la una cama improvisada,
cuando
las piernas temblaron
y las
espaldas se arquearon.
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