Subiendo al tren crucé una frontera,
se cerro tras de mi la blanca puerta
y el ruido estremeció mi alma,
el de la goma al encontrarse a si misma.
Extraña imagen en mi mente amarga,
en el andén restaba una colilla consumida
entre los dos cristales, el vaho de lo desconocido
frente mi, la luz de la nueva ilusión por vivir.
Quedaba la reciente noche aparcada,
la cicatriz de tu recuerdo atravesada
que quería pinzar mi aun débil aliento
y doblegarme hacia más adentro.
Sentía el aire en mi cerviz afeitada,
estaba rasgando las ajadas fotos
borrando tus labios sobre mi escritos
sellando una salida del largo fin.
Delante mis temblorosos ojos
una flecha verde marca un lejano rumbo
ese al que llegué en pocos días,
acompañado, de la luz del partir.
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