Te miras al espejo
vestida con tu mejor traje,
el que Afrodita te regaló,
que no es otro que tu piel.
Beso tu mejilla
de bronce y miel,
mientras la trémula mano
recoge tu cintura.
Que envidia debe tener
la dama del espejo,
tan fría y fugaz
que no puede sentir calor;
ni mis labios.
Apoyas tu cabeza en mi pecho,
dándome tu blanca sonrisa.
Tus dedos descansan en mi brazo
jugando con el negro vello.
No se cuanto tiempo a pasado
ni si el mundo se ha terminado,
solo se y quiero saber
que tu belleza me ha embriagado.
Nos hemos tumbado
sobre pétalos de amor,
dejando triste y vacío
el ahora, envidioso cristal.
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