Fue un breve eclipse
a mi sueño
el ver tus ojos en la
noche,
grandes y oscuros
como el deseo,
brillantes cual fugaz estrella.
Esos labios tersos y
míos
me regalaron un
tierno beso,
que acogí en mi
abrumado corazón
para guardarlo con un
lazo y algodón.
El negro y largo pelo
tuyo
se mezcló entre
nuestras manos,
cuando me apresuré a
ceñir tu cintura
mientras tu mejilla
buscaba la mía.
Esos segundos fueron
suficientes
para sembrar el grano
de nuestra fe,
dejándolo crecer asta
ahora
en el verde jardín tu
dulzura.
Encendí a la
envidiosa luna
con el aliento de tus
abrazos,
mezclado con la
suavidad de la piel
que estos dedos te
mimaban.
Cuando llegó el nuevo
día
pensé que todo era un
breve sueño,
pero la diosa Bastet
había venido
y junto a mis huesos,
reposaba tu cuerpo.
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